GASTRONOMÍA

Abril 2014: Restaurante Malacatín (Madrid).

RESTAURANTE MALACATÍN (MADRID)

Calle de la Ruda, 5. 28005 Madrid

Tél.: 913 655 241

Relación calidad-precio:

Presentación:

Cocina:

Servicio:

Mala   Aceptable   Buena   Muy Buena   Excelente

 

Una taberna típica madrileña, imprescindible en la ruta del cocido madrileño. Malacatín lleva enclavado en el centro del madrileño barrio de La Latina, a tiro de piedra de la famosa estatua de Cascorro y epicentro del Rastro madrileño, el mayor mercado de Europa al aire libre, más de un siglo.

En 1868, Julián Díaz, su fundador, un conquense de Horcajo de Santiago, abrió una Casa de vinos que permaneció intacta hasta 1932. Desde entonces hasta la actualidad, han pasado cinco generaciones descendientes de aquel tabernero hasta llegar a su propietario actual, José Alberto Rodríguez, que regenta el popular restaurante desde 2011.

El nombre de Malacatín procede del vulgo popular cuando el restaurante empezaba a servir los primeros codillos de aperitivos. Cuentan las lenguas antiguas, que en la zona había un mendigo que dormía sin techo a los pies de Cascorro y que se ganaba la vida destrozando las cuerdas de una roñosa guitarra y acompasaba los acordes con una fea voz a las puertas de la entonces taberna.

Su repertorio se limitaba a un estribillo, mil veces repetido: «malacatin, malacatín, malacatin….«que de tanto repetirlo los asiduos clientes de la taberna, terminaron por apoderarse de ese vocablo, para, cada vez que iban de tabernas y de vinos, decir….¡Vamos al Malacatín!. Y así quedó registrado el nombre del restaurante en la memoria colectiva del barrio de la Latina.

Malacatín forma parte imprescindible de la llamada «Ruta del cocido madrileño» en la capital de España. Junto a La Bola y la Taberna de La Daniela, lideran en triunfal triunvirato, la larga lista de establecimientos que ofrece ese singular, único y pantagruélico menú del cocido madrileño.

El local responde en su interior a los cánones de una taberna típica de Madrid; decorada profusamente con esa mezcla de fotos y dibujos antiguos, carteles de corridas de toros y un mobiliario muy rústico y algo incómodo por su estrechez. Aunque esas estrecheces se compensan sobradamente por la excelencia del cocido.

Exigencias de la fama, a Malacatín hay que ir siempre con reserva anticipada para ocupar asiento en uno de los dos turnos de comida que ofrece el restaurante. Siempre a rebosar de una amplísima y fiel clientela, a Malacatín se va, fundamentalmente, y sin menoscabar otras estupendas opciones de su carta, a comer el cocido madrileño en cada uno de sus «vuelcos», desde la excelente y contundente sopa de fideos, (el primer vuelco) acompañados de un aperitivo a base de piparras y cebolleta, que precedía (el segundo vuelco) a una espléndida y apetitosa bandeja de garbanzos tiernísimos junto con un delicioso repollo y su correspondiente acompañamiento del tocino de veta.

Ahí no termina todo; ahora llega a nuestra mesa de forma absolutamente sincronizado por un experto camarero, las carnes (el tercer vuelco). El Festín de Babette, debía ser algo parecido a como relucía nuestra mesa repleta de chorizos de león, morcilla asturiana, codillo, la gallina entera y extraordinariamente condimentada, el morcillo, el jamón y todo ello regado con un caldo sublime que nos acompañó durante todo el banquete: La Atalaya y su hermano mayor Alaya, ambos de la Do Almansa. Sencillamente espectacular.

Un último comentario para la calidad y la calidez del servicio; José Alberto y su plantilla demostraron en todo momento profesionalidad, atención, y cercanía, algo que no suele abundar en todos sitios.  Vayan a Malacatín al menos una vez en su vida, no se arrepentirán.

 

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