LITERATURA

Historia de la Literatura Española: El siglo XV.

Las nuevas corrientes culturales Los Cancioneros El Marqués de Santillana Juan de Mena Jorge Manrique La sátira

 

LAS NUEVAS CORRIENTES CULTURALES

 

En el siglo XV se produce un profundo cambio, tanto en el aspecto socio-político como literario, con respecto al siglo anterior, considerándose el siglo de transición entre la Edad Media y el Renacimiento español. Así las diferentes luchas por el poder durante el siglo XIV entre Pedro I y Enrique de Trastamara, debilitaron enormemente la autoridad real y dieron alas a un nuevo poder emergente como era el nobiliario, además de provocar otros daños colaterales como el abandono de la Reconquista o el incremento de las luchas nobiliarias por tener una mayor posición de fuerza en los reinados. En el siglo XV esta situación se agrava, pero comienza a surgir entre los pensadores, los privados de los reyes y entre los mismos reyes una idea que poco a poco se va fraguando: la existencia de un solo rey o una monarquía centralizada.

En todo este caos político tiene un sitio importante la literatura, ya que a estos nobles algo anárquicos, inquietos y turbulentos, les gusta rodearse de escritores y artistas en la corte o en sus reuniones privadas. La influencia literaria francesa se va abandonando poco a poco y sustituyéndose por las nuevas corrientes culturales provinentes de Italia y la cultura greco-latina. La literatura italiana provoca ese descubrimiento de las culturas antiguas, y figuras como las de los escritores italianos de los siglos XIII y XIV -Dante, Petrarca y Boccacio- pasan a ser ídolos para los escritores españoles del siglo XV.

Este desfase de casi dos siglos con Italia en las referencias literarias, no impide un cambio realmente profundo en nuestras formas literarias, dando a luz obras con una elegancia, sutileza y preciosismo irreconocible en siglos anteriores, pero algo exentas de sentimiento y mensaje; obras que nacen en un ambiente cortesano refinado, impregnado de cierta pedantería y casi amanerado, que tacha la literatura antecesora de la Edad Media de tosca y tradicional, y que se apunta a las nuevas corrientes culturales hasta el punto de que el castellano comienza a ser invadido por multitud de términos latinos e italianos.

En el siglo XV se pueden distinguir tres periodos literarios: la Corte de Juan II, donde fundamentalmente se da todo el proceso antes expuesto y aparecen figuras como las del Marqués de Santillana y Juan de Mena; el reinado de Enrique IV, con la figura de Jorge Manrique y el desarrollo de la literatura satírica; y el reinado de los Reyes Católicos, con la intensificación de las relaciones con Italia y la llegada de grandes humanistas a nuestro país.

Todos estos cambios relatados, como ocurre siempre en la historia, no se produjeron de un día para otro, sino paulatinamente, pero sí es cierto que en el siglo XV comenzó a germinar la semilla que en los dos siglos posteriores darían como fruto la época dorada de la literatura española.

LOS CANCIONEROS

 

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Entre los profundos cambios social-políticos que tuvieron lugar en el siglo XV, está el hecho del aumento de poder que fueron aglutinando los nobles, frente a la figura cuestionada, y cada vez más debilitada, del rey. Es esta nobleza la que comienza a refinar sus costumbres, se aficiona al arte y a las letras, les gusta rodearse de escritores o serlo ellos mismos, y se concentran en la Corte, alrededor del rey (a pesar de combatirlo políticamente), exhibiéndose en fiestas, diversiones, o en torneos y certámenes poéticos. Las relaciones sociales son esencialmente cortesanas, lo que va condicionando el camino que toman las artes y la literatura en particular.

La poesía se convierte, poco a poco, en una literatura refinadamente cortesana, especialmente durante el reinado de Juan II; una poesía que, en realidad, representa la tardía aclimatación de la poesía trovadoresca provenzal, acogida en la lírica gallego-portuguesa desde mediados del siglo XIII hasta mediados del XIV, a la lengua castellana. Cabe señalar que durante este siglo el influjo francés en el arte literario va disminuyendo, a favor de la influencia italiana y la cultura greco-latina, lo que provoca que lleguen nuevos moldes precisos, temas y normas expresivas.

Esta poesía de culto se conoce con el nombre de “gaya ciencia”, y dada su sutileza y complejidad de combinaciones métricas, encuentra en la Corte el lugar ideal donde pueda desarrollarse y ser entendida y apreciada.

Su temática es variada, pero el principal objeto de su creación era el amor, pero dentro de las connotaciones que tenía el amor cortés, es decir, el amor de un caballero por una dama. Este tipo de amor, tenía como principales características la humildad (los poetas son vasallos serviles de las damas que los enamoran), la Cortesía (sobre el valor moral y social del aristócrata, que se entendía que era el único capaz de amar), el carácter religioso (la dama es divinizadas, se considera una criatura sagrada para el poeta) y el adulterio (en la época, los matrimonios se hacían por conveniencia, no por amor, y era aquí donde el poeta aparecía y lo ofrecía a la dama casada con sus versos).

Aunque el amor cortés era el tema central, no era el único, ya que también en aparecen composiciones sobre asuntos morales, religiosos, políticos, sobre la muerte, el paso del tiempo, o poesías satíricas. La sátira ocupó un papel importante entre los temas tratados, dada la situación de inestabilidad sociopolítica que se vivía en aquella época; en los poemas satíricos se veían reflejadas las ideas de los partidarios de unos y de otros, llegando en ocasiones a tener un contenido realmente violento.

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Gran parte de toda esa lírica nos han llegado a través de los Cancioneros; colecciones breves de canciones y poesías de diversos autores que eran normalmente recitadas en los ambientes cortesanos a finales del siglo XV y comienzos del XVI en España. Pasaron por diferentes etapas y formas; desde la colección de hojas sueltas con un contenido misceláneo de diferentes autores, a la agrupación de hojas sueltas de un solo autor, que trataba de difundir su obra utilizando el medio escrito. En cualquiera de sus estados, etapas y formas, los Cancioneros siempre intentaban velar por tener una coherencia textual, que se cumplía especialmente en los casos en que era de una misma autoría.

Los compiladores generadores del Cancionero, parece que realizaban la selección sin un criterio específico, sino más bien guiados por el gusto propio o el de la persona al que iba dedicado el mismo, o la amistad con algunos de los poetas. En el caso de los cancioneros de un solo autor, la estructura y composición es más coherente y cuidada, ya que el mismo autor podía someterlo a diversas revisiones.

Sobre las formas métricas utilizadas por los “poetas de cancionero”, predominan los octosílabos para los versos de arte menor, y los dodecasílabos para los de arte mayor, aunque esta última modalidad fue siendo suplica por los versos endecasílabos, debido a la influencia de la cultura literaria italiana que fue imperando en la época.

Podemos considerar que los más importantes Cancioneros que vieron la luz durante los siglos XV y XVI son:

– El Cancionero de Baena. Es considerado es el primer cancionero castellano del que se tienen noticias. Toma su nombre de su recopilador Juan Algonso de Baena, escribano de Juan II de Castilla. El título real es » Cancionero de poetas antiguos que fizo é ordenó e compuso é acopiló el judino Johan Alfonso de Baena «.

Su contenido es la poesía, sobre todo cortesana, de los reinados de Enrique II, Juan I, Enrique III y Juan II, y reúne casi seiscientos poemas, compuestos por unos cincuenta autores, entre los que se destacan por el número de sus composiciones el propio Baena y, más aún, Alfonso Álvarez de Villasandino con unas doscientas piezas, por lo cual el manuscrito ha llegado a ser designado a veces como Cancionero de Villasandino.

Varias fuentes señalan que fue recogido por Juan Alfonso de Baena, entre los años 1426 y 1430, aunque el manuscrito está dedicado al monarca hacia 1445. El manuscrito original fue adquirido por la Biblioteca Nacional de Francia.

 

– El Cancionero de Estúñiga. Toma el nombre del comendador de Guadalcanal, Lope de Stúñiga, por el hecho de encabezarse el libro con uno de sus poemas, pero probablemente no fue él el recopilador de esta colección de poesías.

El Cancionero es la producción poética de la corte de Alfonso V de Aragón, que al conquistar Nápoles (1443) creó en su entorno una corte con poetas castellanos y aragoneses influidos por el Quattrocento italiano. Fue recopilado en la corte de Nápoles entre 1460 y 1463, al parecer tras la muerte del monarca.

A diferencia de otros cancioneros, su contenido acoge diversas formas populares, como los villacentes, los motes, las glosas y los romances. Reúne composiciones de cuarenta poetas que responden a un origen muy diverso: los grandes señores (Alonso Enríquez, Íñigo López de Mendoza) se funden con los nobles (Estúñiga, Villalpando, Guevara, Padilla), los guerreros y embajadores (Torrellas, Valera, Saldaña), los funcionarios (León, Medina) y los escritores de oficio (Mena, Carvajal).

 

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– El Cancionero de Palacio, también llamado Cancionero Musical de Palacio, contiene obras recopiladas durante un periodo de unos cuarenta años, desde el último tercio del siglo XV hasta principios del XVI, tiempo que coincide aproximadamente con el reinado de los Reyes Católicos.

El manuscrito original comprendía 548 piezas, de las cuales se conservan 469. La mayor parte de ellas en están escritas en castellano, aunque también contiene unas cuantas, en otras lenguas, constituyendo una magnífica antología de la música polifónica de aquel periodo.

 

– El Cancionero de Herberay des Essarts. Toma su nombre del noble picardo Nicolás de Herberay, señor de Essarts, quien fue propietario del mismo y, sin duda, quien más se prodigó en hacer anotaciones al manuscrito.

En él se recopilan poemas del entorno de Navarra entre el 1461 y 1464, donde se muestra el ambiente cortesano de la segunda mitad del siglo XV. Entre los autores destacan nombre como el Marqués de Santillana o Juan de Mena. Es novedoso por sus poesías anónimas y poetas no habituales en los otros cancioneros.

 

– El Cancionero General, o Cancionero general de Hernando del Castillo es una antología poética la tardía Edad Media y del temprano Renacimiento, principalmente de los reinados en Castilla y León de Enrique IV y de los Reyes Católicos. Fue recopilada por Hernando del Castillo a partir de 1490 e impresa por primera vez en 1511, con el nombre de Cancionero general de muchos y diversos autores. Tuvo un gran éxito, era una amplia muestra de la poesía del siglo XV, de la lírica cancioneril que convivía con la novedosa italianizante.

 

– El Cancionero de romances. Obra publicada por Martín Nucio en Amberes. Aunque apareció editado sin fecha (de ahí su sobrenombre de “Cancionero sin año”) se estima que fue sobre 1547 o 1548.

También titulado “Cancionero de romances en que están recopilados la mayor parte de los romances castellanos que fasta agora se ha compuesto”. Se trata de la primera edición en la que se hace una recolección del conjunto de romances que circulaban de manera libre, bien en hojas sueltas o por transmisión oral. Consta de ciento cincuenta composiciones donde se tratan temas carolingios, históricos, épicos, temas clásicos (como la guerra de Troya) y, como no, temas de amor.

 

– El Cancionero General de la doctrina cristiana. Recopilación de textos poéticos religiosos de la segunda mitad del siglo XVI, realizada por el poeta y maestro, Juan López de Úbeda, editada en 1579.

Recoge composiciones dedicadas a temas como la Natividad de Jesucristo, alabanzas del Santísimo Sacramento, composiciones relativas a la Circuncisión, los Reyes Magos, la Pasión, otras consagradas a la Virgen María, o a temas varios como los Santos o para la edificación de las conciencias, así como piezas teatrales.

Entre sus autores, predominan los poetas alcalaínos: maestros como Arce, Ximénez y Cámara, o Ruiz López de Zúñiga.

 

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Otros Cancioneros a considerar de un solo autor son:

– El Cancionero del Marqués de Santillana.

– El Cancionero de Gómez Manrique.

– El Cancionero de fray Íñigo de Mendoza.

– El Cancionero de Juan de Encina.

Y entre los musicales destacan:

– El Cancionero Musical de Palacio (ya mencionado anteriormente)

– El Cancionero Musical de la Biblioteca Colombina de Sevilla.

– El Cancionero de Upsala.

– El Cancionero de Segovia.

EL MARQUÉS DE SANTILLANA

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Su nombre era Don Íñigo López de Mendoza, señor de Hita y de Buitrago, primer Marqués de Santillana y Conde del Real de Manzanares. Hijo del Almirante de Castilla, Don Diego Hurtado de Mendoza, nació en Carrión de los Condes en 1398. Considerado uno de los hombres más representativos de su época, tuvo una vida social y política muy activa, especialmente en torno a la figura de su rey, Juan II, con quien alternó momentos de favores con otros contrarios. Los títulos de Marqués de Santillana y Conde del Real de Manzanares les fueron otorgados tras su participación en la batalla de Olmedo, junto al monarca. Su vida social y literaria son un fiel reflejo de los vicios y virtudes de la corte de Don Juan II, tanto en lo poético como en lo social.El Marqués de Santillana, además de militar y político, fue un gran poeta y un humanista apasionado por los estudios. Siempre rodeado de hombres de gran conocimiento cultural, que ayudaron a recopilar textos y obras, traducirlas y copiarlas, invirtiendo grandes esfuerzos y parte de su capital en las traducciones de numerosas obras clásicas. Llegó a tener una importante biblioteca, donde no faltaría ninguno de los autores más representativos de su tiempo. Podríamos decir que el Marqués de Santillana era el ejemplo del hombre ideal cortesano en la época renacentista.De sus obras en prosa cabe destacar, sobre todas, la “Carta Prohemio al Condestable Don Pedro de Portugal” y los “Refranes que dicen las viejas tras el fuego”.La “Carta Prohemio al Condestable Don Pedro de Portugal” es una especie de prólogo o introducción que el Marqués de Santillana antepuso a la colección de sus propias poesías que envió al citado Condestable. Aparte de su valor literario, tiene especial relevancia por considerarse uno de los primeros intentos, en nuestro idioma, de realizar una crítica literaria y, a la vez, el autor realizar una exposición de sus ideas y preferencias en este sentido. Así expresa sus criterios a la hora de catalogar la poesía en tres clases: la poesía “sublime”, que es la de los clásicos griegos y latinos; la poesía “mediocre”, que corresponde a los imitadores; y la poesía “ínfima”, aquella que no tiene ningún orden, regla, ni un sentido útil, sino banal y lascivo. El Marqués de Santillana era muy cuidadoso a la hora de destacar el lado útil de la buena poesía.

Los “Refranes que dicen las viejas tras el fuego” es la primera colección de refranes que existe en nuestra lengua. A pesar de su falta de interés por la literatura popular, aquí acude a ella -más que por su forma- por su fondo, su contenido doctrinal y sentencioso. Esta recopilación de refranes, en la que ninguno es de la autoría del su recopilador, probablemente la hizo a petición del monarca, pero el Marqués nunca consideró digna esta obra por su rasgo popular, así que trataba de no juntarla con las otras de su autoría. A pesar de ello, hacia el año 1500, comenzó a tener cierta aceptación entre el pueblo y ya entonces considerarse dignos de ser impresos.

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Su obra en verso puede dividirse en tres grupos: las de influencia italiana y estilo alegórico, las de tipo didáctico-moral y las de origen trovadoresco.

Las obras de influencia italiana y estilo alegórico pretenden seguir la huella de Dante, pero ninguna de ellas llega a alcanzar la misma importancia de las del autor clásico. Las alegorías hacen referencia a un sueño o visión inicial, donde son protagonistas diversas figuras simbólicas, o determinados personajes literarios o mitológicos. Estas obras fueron escritas en la época de mayor plenitud del Marqués de Santillana, cuando es consciente de su ideal creativo, poético y literario. Sustituye el verso de arte menor por el de arte mayor, como herramienta que le permite escribir con grandilocuencia y exhibir su erudición y saberes clásicos.

Dentro de este grupo de obras, cabe destacar la “Comedieta de Ponça” y el “Infierno de los enamorados”. La primera trata el tema del desastre naval de Alfonso V de Aragón, y la segunda -inspirada en el canto VI del “Infierno” de Dante- trata de cómo los enamorados pagan sus penas de amor en el infierno.

También, dentro de este grupo de obras de influencia italiana, pueden considerarse los 42 sonetos escritos por el Marqués sobre temas amorosos, morales, políticos y religiosos.

Las obras didáctico-morales del Marqués de Santillana tuvieron una gran popularidad entre sus contemporáneos. Entre ellas está el “Diálogo del Blas contra Fortuna”, donde el filósofo -uno de los llamados “siete sabios de Grecia- reprocha a Fortuna lo vano y transitorio de las cosas mundanas; 180 coplas que cuentan entre lo mejor, dentro de este género, escrito por el Marqués.

El “Doctrinal de privados” es una tremenda diatriba contra Don Álvaro de Luna, al que presenta, después de muerto, arrepintiéndose de todos sus pecados, lo que le permite gozar del Paraíso; 52 coplas escritas en octosílabos con gran fuerza.

También cabe destacar los “Proverbios de gloriosa doctrina e fructuosa enseñanza”, composición de cien estrofas de pie quebrado destinada a la educación del príncipe Don Enrique. La elegancia con los que están escritos le otorgó el sobrenombre de “el Marqués de los Proverbios”.

Y, por último, referente a sus obras poéticas de origen trovadoresco, es necesario resaltar que fueron las que dieron realmente fama y reconocimiento a su autor; curiosa contradicción dado el poco apego del Marqués de Santillana hacia la literatura popular, a la que siempre había considerado menor y de poca cultura. Sus “Canciones y deçires y de diez Serranillas” están escritas con gran delicadeza, glosando o parafraseando algunos cantares populares procedentes de algún poeta culto, que se popularizara luego. De las “Canciones” se conservan diecinueve, de carácter breve y de temática el amor, habitual tema de la poesía cortesana. Los “Decires” tienen más variada condición. Están los llamados de “consideración” o “lamentación”, más densos e intensos, y otros más ligeros de contenido y extensión. En todos ellos abundan galas retóricas y virtuosismos, recogidos dentro del estilo latino y culto, tan apreciado por el Marqués de Santillana.

La temática de las “Serranillas” es la típica de la pastora que conoce a un caballero, quien se enamora de ella y -casi siempre- encuentra su negativa; toda la escena y sus diálogos enmarcados en un paisaje agreste. El toque distinto que el Marqués de Santillana añade a esta casuística común de las serranillas, es dotar al personaje de la pastora de mayor delicadeza en su expresión, mayor ingenio, y modelar su rudeza campesina, creando así un ambiente mucho más poético, casi siempre con un final casi incierto donde afloran todas las posibilidades.

Por último, hacer referencia a otras dos obras poéticas cercanas en el tiempo a las anteriores: el “Cantar que fizo a sus hijas loando la su hermosura” y el “Villancico a sus tres hijas”, donde en ambas hace alago de la belleza de su familia y el amor que siente hacia ella.

JUAN DE MENA

 


Este cordobés nacido en 1411 puede considerarse, junto al Marqués de Santillana, uno de los escritores más representativo de la época, en la Corte de Juan II de Castilla. A pesar de la gran fama que tuvo en su tiempo, no se conocen excesivos detalles de su vida, aunque sí hay constancia de que estudió en Salamanca, donde obtuvo el grado de Maestro en Artes, y luego en Roma, probablemente bajo la protección del cardenal don Juan de Cervantes. Debido a su gran conocimiento de la lengua latina, el monarca Juan II lo nombró su “secretario de cartas latinas”, lo que provocó que pasara gran parte de su tiempo en la corte. Allí conoció a los más destacados políticos y escritores de la época. Realizó encargos de manos del propio rey, como la traducción resumida de la “Ilíada”, o de otros poetas, como el prólogo a la composición de don Álvaro de Luna, el “Libro de las virtuosas e claras mujeres”, además de intercambiar escritos y poemas con otros poetas. Su muerte fue sobre el 1456, y de ella existen varias versiones, desde que fue por una caída del caballo a que fue provocada por un fuerte dolor de costado.

Juan de Mena es el prototipo del intelectual puro, ensimismado en sus estudios y dedicado casi en exclusividad a la creación de su obra. Escribió tanto en prosa como en verso, aunque sería en esta segunda expresión literaria donde consiguió su mayor fama y reconocimiento.

En prosa dejó una considerable producción, entre las que cabe destacar el “Omero Romançado”, traducción verificada sobre un resumen latino de la “Ilíada” hecho por Ausonio; el “Comentario” a su propio poema “La Coronación”; y el prólogo al mencionado “Libro de las virtuosas e claras mujeres” de don Álvaro de Luna.

Como prosista, como otros tantos escritores de su época, consideraba la lengua castellana poco expresiva y pobre, en comparación con otras lenguas como el latín o el italiano. Así va forjando la idea de crear una lengua diferente, cultivando su lengua natal con toques y giros latinos en una proporción hasta entonces desconocida. Su intención principal es el enriquecimiento del idioma y su distanciamiento de la vulgaridad.

Sus obras en versos pueden dividirse en dos grupos: las de tipo tradicional (“primer estilo”) y las que siguen la corriente italiana y clásica (“segundo estilo”).

En las del “primer estilo” tenemos una serie de composiciones en general breves y de metro corto, acorde con la poesía trovadoresca y cortesana de la época, y donde tiene cabida desde las historias más frívolas de amor a los temas más graves y doctrinales. A pesar de que en estas obras aún no encontramos al gran poeta que llegó a ser, si se atisba una poesía llena de aciertos y de gran delicadeza y musicalidad.

En las del “segundo estilo” es donde Juan de Mena se revela como un gran poeta de una cultura relevante, que no es entendido por la multitud sino por una minoría capaz de comprender su escritura. De este estilo podemos destacar dos obras menores, el “Claro-escuro” y “La Coronación del Marqués de Santillana”, y una obra capital: “El Laberinto de Fortuna”, también conocida por el nombre de “Las Trescientas”, debido al número aproximado de estrofas de que consta.

El “Claro-escuro” es una combinación de formas alegóricas y de poesía de cancionero, escrito en estrofas de ocho versos, teje el hilo de un episodio amoroso dispuestos según las formas de la poesía cortesana. “La Coronación del Marqués de Santillana” es un poema alegórico compuesto por 51 quintillas dobles de arte menor que relata como el autor, tras describir las penas del infierno, ve coronar al Marqués de Santillana.

Pero la gran obra por excelencia de Juan de Mena como poeta es “El Laberinto de Fortuna”, que llevó, incluso, a Juan II a nombrarle cronista real. Es un poema alegórico a semejanza de la “Divina Comedia” de Dante, formado por un tema general de carácter mitológico, y una serie de episodios históricos intercalados. Esta obra manifiesta la gran influencia que Dante tuvo en la creación de Juan de Mena, aunque no fue el único clásico que tuvo repercusión en su obra, también las tuvieron Virgilio y Lucano. Juan de Mena tenía una esencial preocupación por dignificar la lengua castellana, y eso explica su gran apuesta por recurrir a los autores clásicos.

En “El Laberinto”, el autor escoge una disposición alegórica tradicional, pero la matiza y la enriquece con todos sus conocimientos clásicos, conocimientos que tiene profundamente asimilados y los hace suyos y los españoliza. De ahí que su obra sea profundamente nacional y demuestre la gran admiración del poeta por su nación, que idealiza y trata con lealtad a su idealización.

Juan de Mena es considerado el “primer poeta puro”, gracias a esa creación de un lenguaje poéticamente literario y alejado de la lengua vulgar, renovando la lengua castellana con sus innovaciones cultas y nuevas formas de utilizar la métrica para conseguir sus objetivos en sus creaciones literarias, no exento de dotar de musicalidad y elegancia sus poemas.

JORGE MANRIQUE.

 


Jorge Manrique se cree que nació en Paredes de Nava (Palencia) en 1440. Hijo del Conde Paredes don Rodrigo Manrique, que fue Maestre de Santiago, formaba parte de una de las familias más antiguas de Castilla, y con lazos de unión con otras familias importantes como los Lara o la propia casa real. Es por ello que los Manriques tenían gran influencia en la vida social y política de la Castilla del reinado de Enrique IV. Pero sobre todos los miembros de esta poderosa familia destacaba el Maese don Rodrigo, padre del poeta y protagonista de las famosas Coplas.

Bajo la sombra incesante de su progenitor, Jorge ocupó un lugar de cierto relieve en la corte: fue caballero de Santiago, Trece de la Orden, comendador de Montizón y capitán de la hermandad del Reino de Toledo. Luchó en varias ocasiones, como en el Campo de Calatrava, y contribuyó al cerco de Uclés al lado de su padre. Fue combatiendo contra las tropas de Villena, defensor de la Beltraneja, donde encontró la muerte en 1479.

Este soldado y poeta nos dejó diversas obras, unas cincuenta composiciones, la mayoría de ellas (excepto las Coplas y algunos pequeños poemas burlescos) eran poemas de amor a la forma cortesana de la época. Esta poesía amorosa ha quedado prácticamente eclipsada por la fama de sus Coplas, pero no carecen de valor y nos presentan a un poeta de escritura sencilla, obsesionado por el tema de la muerte, a la que presenta como un codiciado descanso tras el vivir. En estos poemas, el poeta utiliza tonos y expresiones semejantes a los utilizados en las andanzas militares, alentando su lírica amorosa con metáforas e imágenes con motivos castrenses. En autor presenta el amor como un objeto de conquista, donde es necesario el riesgo y la afrenta contra la fortuna. La vida sentimental es el centro de la actividad vital del hombre y debe luchar por ella.

Sobre sus tres breves composiciones burlescas, enclavadas en el campo de la tradición de las cantigas de escarnio y de maldecir, poco se puede comentar, no más que denotar que su capacidad humorística parece ser que no era una de sus habilidades.


Sin dudas, la fama que ha acompañado siempre a este poeta se debe a su obra “Coplas de Jorge Manrique a la muerte de su padre, el Maestre don Rodrigo”, una de las composiciones líricas más bella e importante de toda nuestra literatura. En ella, el poeta rinde tributo de admiración y de piedad filial a su progenitor, quien había sido siempre ejemplo de vida.

El poemario está compuesto por 40 coplas de pie quebrado. Aunque esta forma de composición poética ya era utilizada por otros autores, adquiere mayor difusión cuando es utilizada por Jorge Manrique, por la especial habilita y sutileza que adquirieron en sus coplas, y tanto llegó a ser su fama que pasaron a llamarse “coplas manriqueñas”.

En sus connotaciones de poesía moral, en las Coplas se canta al padre muerto como ejemplo a seguir en la conducta vital, dejando atrás el hecho del cuerpo muerto del protagonista y encumbrando sus valores y sus virtudes por encima del mortal humano. Sin duda, el autor lo consigue con creces, y crea una de las composiciones poéticas más hermosas de nuestra lengua, que la ha hecho imperecedera en nuestra cultura.

Jorge Manrique explaya aquí todos sus sentimientos y todas sus ideas que tan profundamente tiene clavadas sobre el tema principal de toda su obra: la muerte. Esta compañera invisible que está sentada a nuestro lado desde que nacemos, y que representa la fugacidad del tiempo y de la fortuna, aparece como el descanso que otorga el último suspiro en esta vida terrenal, y que da sentido a toda la ejemplaridad del hombre de virtudes y valores éticos. Este canto a la crudeza de la caducidad de todo lo humano, lo hace el poeta en un tono sereno, reposado, pausado y alentador. La muerte es inevitable, pero puede ser vencida por una vida de honor y justa entrega.

Quizás allá sido la fluidez y sencillez con la que expresa sus pensamientos, o la genialidad de no abusar de la retórica en sus poemas, o el equilibro entre lo humano y lo religioso, entre la vida y la muerte, o la conexión insuperable que consiguió entre su poesía y el sentimiento de todo lector, lo que haya hecho que las Coplas hayan sobrevivido a tantos siglos y sea aún leída como entonces.

LA SÁTIRA.

 


En el reinado de Enrique IV, la monarquía castellana tocó fondo en los años que cierran la Edad Media. En su dominio se instauró una anarquía feudal que otorgó descrédito a su reinado y al propio rey. La decadencia política se apropia de todas las índoles de relaciones sociales y de poder, y se crea un clima de desesperanza, desconfianza y desasosiego.

La literatura, aparte de ser un arte, también es reflejo de los tiempos donde se desarrolla y esta situación hace que se cree un caldo de cultivo ideal para la poesía satírica, que permite manifestar a los autores y poetas su sarcasmo social y político, destacando la corrupción moral y la decadencia del Estado que están sufriendo durante el siglo XV.

La sátira social se ve bien reflejada en la llamada “Danza de la muerte”, versión castellana de un tema que tuvo gran difusión en la literatura europea durante los siglos XIV y XV. Es la muerte la que va llamando a todos los estados y clases sociales del mundo, a los que invita a participar en su danza macabra. Este hecho es una manifestación democrática de que, sea cual sea la clase social de los danzantes, la muerte es igual para todos. Mientras la vida crea desigualdades, la muerte regenera la igualdad.

La versión castellana de esta obra consta de 79 octavas de arte mayor, de autor anónimo, y su redacción se estima hacia mediados del siglo XV. Esta obra parece que no gozó de gran acogimiento durante el siglo de su creación, pero sí perduró más en el tiempo que las homónimas europeas.

La sátira política estuvo presente durante el reinado de Enrique IV, y tenía un carácter prácticamente personal y concreto hacia la persona hacia la que iba dirigida; bien noble, monarca, escritor o cualquier ciudadano digo de mención satírica. Las composiciones de esta época, más que un valor literario, lo tienen por su contribución a conocer detalles históricos del momento. Así, por ejemplo están las “Coplas del Provincial”,  o las “Coplas de Mingo Revulgo”, sátira política contra el propio rey Enrique IV, o las “Coplas de ¡Ay, panadera!”.

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