«Jazz Combativo», un articulo de A.E. Giralda, publicado en la revista «Rojo y Negro».

Una de las fuentes del jazz es el canto de los trabajadores afroamericanos en EEUU durante la jornada laboral en las plantaciones agrícolas. Parece que este origen tendría que marcar el carácter de la música: por un lado, el lamento; por otro, la rebeldía. Pero esto no fue así, y si bien este tipo de música popular estuvo en la calle al lado de los obreros, como en la huelga general de la General Motors de 1937 donde los músicos de una orquesta de jazz después de tocar se mezclaban con la gente en la protesta, no podemos olvidar que la imagen emblemática del jazz es la de los locos años 20 donde una muchedumbre baila con desenfreno la nueva música.

Esta imagen es la que resultaba especialmente incómoda a las autoridades de una y otra orilla del Atlántico. Como en tantas otras cosas, tanto Hitler como Stalin estaban de acuerdo en el aspecto subversivo de una manifestación popular que no podían controlar. Asimismo, las fuerzas de izquierda en Europa, con los anarquistas a la cabeza, consideraban el jazz como la imagen frívola del capitalismo. Por suerte para todos, la música siguió evolucionando al margen de ideologías.

Pero que desliguemos una corriente artística de una determinada ideología no quiere decir que no encontremos miembros comprometidos en la denuncia de injusticias y desigualdades, y una de las más evidentes era la de la segregación racial. En una sociedad y en una época en la que ni siquiera podía haber orquestas mixtas (blancos y negros) una cantante negra de fama entre los aficionados, que había grabado con las orquestas de Count Basie, Teddy Wilson o Artie Shaw, se atrevió a interpretar una composición de un profesor judío de origen ruso afiliado al Partido Comunista de los Estados Unidos, Abel Meeropol.

“Strange Fruit” se convertiría con el tiempo, y gracias a Billie Holiday que la grabó en 1939, en uno de los primeros lemas del movimiento por los derechos civiles de Estados Unidos. Esa extraña fruta de la que habla la canción no es otra que los cuerpos de los negros linchados colgados de un árbol; y acaba el último verso con lo que estuvo a punto de ser su título:“bitter crop” (“amarga cosecha”).

Tras la Segunda Guerra Mundial empieza a desarrollarse un nuevo estilo dentro del jazz. Es la reacción lógica contra la excesiva comercialización del estilo precedente: “swing”. El “bebop” se verá como una revolución donde la melodía se fragmenta en mil pedazos y, en ocasiones, es difícilmente reconocible. Thelonious Monk, Kenny Clarke, Bud Powell, Charlie Parker, Dizzy Gillespie, Charlie Mingus y Max Roach son algunos de los músicos más representativos de esta corriente, y los dos últimos que se mencionan se significarían muy especialmente por su compromiso contra la segregación racial. Roach llevaría este compromiso hasta la portada de su disco “WE INSIST! Freedom Now Suite” (1960) en el que la que por entonces era su mujer, Abbey Lincoln, grita desaforadamente en una actitud de rabia que nunca antes había sido grabada. Las actuaciones en directo durante la década se convirtieron en actos combativos y de lucha que habría que contextualizar con los mítines de Martin Luther King, Malcolm X, etc. y con las acciones del Black Power.

La revolución musical del momento es el “free” y lo más llamativo es la irrupción de la atonalidad, con lo que a la vez que se alcanzan cotas desconocidas de libertad se pierde gran parte de la complicidad entre músico y oyente, hasta el punto de poder constatar la paradoja: a mayor libertad, menos seguidores. Ornette Coleman es la cabeza visible de esta tendencia y el que da nombre al movimiento con la publicación en 1960 de su disco “Free Jazz: A Collective Improvisation”. La conciencia social que adquieren los músicos negros les lleva a utilizar la música como método de lucha en el movimiento para los derechos civiles, y se plantearon con frecuencia su posición como una respuesta al racismo imperante en la sociedad. Otra consecuencia de esa toma de conciencia es la islamización y conversión a la religión musulmana de un número considerable de la población afroamericana. También se crearon asociaciones como la AACM de Chicago (“Association for the Advancement of Creative Musicians”) de 1965 para la ayuda material y defensa de los intereses profesionales de los músicos de jazz de la ciudad.

De aquí saldría el Art Ensemble of Chicago, un icono de los 70. Pero lo más llamativo en la historia del jazz desde el punto de vista del compromiso político llegaría con la creación por parte de Charlie Haden, uno de los primeros colaboradores de Ornette en la aventura del free, de la “Liberation Music Orchestra”, nombre de la formación y de su primer álbum en 1969. El grupo se apoya en los arreglos de Carla Bley sobre la música del bando republicano de la Guerra Civil Española, donde se puede escuchar cantada en un registro de la época de la contienda parte del “Ay Carmela” en el corte “Medley: El quinto regimiento”, y también de la música de la revolución cubana y de la República Democrática Alemana. Hasta ahora llevan grabados cinco discos; en el segundo que se titula “The Ballad of the Fallen” (1982) podemos encontrar temas como “Els Segadors”, “Grândola, vila morena”, “El pueblo unido jamás será vencido”, “La santa espina” o “La Pasionaria”, un tema del propio Haden. El tercer registro es una actuación del grupo en directo en Montreal: “The Montreal Tapes: Liberation Music Orchestra” (1989). En 1990 grabarían “Dream Keeper”, donde predominan temas tradicionales, siempre arreglados por Carla Bley, hispanoamericanos y un tema sobre el apartheid sudafricano. El último trabajo es de 2005 y su nombre es ya una denuncia: “Not in Our Name” y acaba con el “Adagio” de Samuel Barber.

Ningún músico de la categoría de Charlie Haden se ha embarcado en un proyecto de este tipo, salvo, tal vez, algunos de los miembros que le han ido acompañando a lo largo de esta aventura. Y es que en este caso el compromiso político va unido a la máxima exigencia artística.

A. E. Giralda

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