LITERATURA Y CINE (colaboración enviada por María Rosario Naranjo Fernández, socia nº 838 de Apoloybaco).
Grandes clásicos de las letras trasladados a la gran pantalla después de los oportunos toques de varita de los más célebres magos del celuloide.
Desde que los Lumière sorprendieran a la humanidad con un invento que parecía más un regalo de los dioses que una obra ejecutada por la mano del insignificante y limitado ser humano las versiones cinematográficas se han sucedido para gloria de la literatura y triunfo de las taquillas de todo el mundo.
Quién no recuerda el Drácula de Béla Lugosi, el temible monstruo de Frankenstein interpretado por Boris Karloff o los atléticos actores que durante décadas encarnaron al valeroso Tarzán. Todos nos emocionamos con el desgarrador lamento de la señorita O’Hara en la escena final de Lo que el viento se llevó. Sonreímos con la Sabrina de Billy Wilder y seguimos las andanzas del controvertido Philip Marlowe en las distintas adaptaciones cinematográficas.
Desde entonces hasta nuestros días infinidad de producciones han desfilado por las salas de los cinco continentes, condensando en un par de horas, a veces menos, cientos de páginas de aventuras, amoríos, intrigas palaciegas, hechos históricos inolvidables o descubrimientos incomparables.
Con más o menos fidelidad al original y mayor o menor acierto en la puesta en escena todos los géneros, todas las épocas literarias y estilos han sido minuciosamente desgranados para ofrecernos películas que han hecho las delicias de un público ávido de ponerles rostro a sus héroes.
De este modo Shakespeare, Choderlos de Laclos, Günter Grass, Tolstoi, las hermanas Brontë, la deliciosa Jane Austen, Dumas, Cervantes, Conan Doyle, Bernard Shaw, Wilde… han traspasado las fronteras del tiempo para perpetuar su memoria más allá del formato papel.
Hoy continúan colándose en las librerías para ofrecernos una prueba más de que su encanto permanece, y en parte se lo deben a la magia del Séptimo Arte que los rejuvenece y actualiza en un pacto que para sí mismo hubiera deseado el mismísimo Dorian Gray.