Nombre | Domicilio |
Restaurante Las Ninfas. | Calle Elvira, 1. |
Venta Pirula. | Avd Miguel de Cervantes, 48. |
Restaurante Hispania. | Pasaje Virgen de Soterraño, 3. |
Restaurante Machín. | Calle Galindo, 4. |
Restaurante Pasareli. | Pasaje Virgen del Rocío, 2A. |
Bar Picaillo. | Calle San Juan Bosco, 28. |
Venta Buenavista. | Calle Albeniz, 39. |
Bar Casino. | Calle Cánovas del Castillo, 1. |
Asador Picasso. | Avd Doctor Fleming, 49A. |
Bar La Reja. | Calle Garcilópez, 1. |
Mala Aceptable Buena Muy Buena Excelente
La fundación de la ciudad se sitúa hacia el siglo VIII a.C. en el ámbito de la civilización tartésica. Hasta la conquista romana, hacia el 200 a.C., se trató probablemente de un pequeño poblado turdetano de cabañas, emplazado en la ligera elevación junto al río Genil conocida hoy como Cerro del Alcázar o de San Gil (“El Picadero”). La ciudad conoció su mayor etapa de esplendor durante la dominación romana, participó a favor de César en las Guerras Civiles contra Pompeyo y, hacia el año 14 antes de Cristo se fundó la denominada “Colonia Augusta Firma Astigi”, una gran ciudad con calles pavimentadas trazadas en retícula regular, cloacas y red de distribución de aguas, foro, templos, termas y anfiteatro, junto a un puente por el que la Vía Augusta cruzaba el Genil.
Desde entonces fue la capital de un extensísimo convento jurídico, uno de los cuatro en los que se dividía la Bética, que comprendía no menos de 49 ciudades y abarcaba gran parte de las actuales provincias de Córdoba, Granada y Jaén. Su principal riqueza derivaba del cultivo olivarero y de la exportación del aceite a larga distancia, empleando la vía fluvial por el Genil y el Guadalquivir y, luego, la marítima desde Sevilla. La ciudad siguió siendo un importante foco cultural y religioso a la caída del Imperio, en época visigoda, cuando llegó a ser sede de un obispado, y en época islámica, en la que Istiya (o Astiya) fue capital de provincia durante el emirato y el califato. Los cronistas árabes destacan la fertilidad y riqueza de su territorio, en el que se asentó un importante poblamiento beréber.
Los musulmanes introdujeron los cultivos de regadío y, entre ellos, el algodón cuyo desarrollo característico en Écija, llevó a acuñar el sobrenombre de Madînat al-qutn (“La ciudad del algodón”). En mayo de 1240 Écija fue conquistada por Fernando III y repartida entre nuevos pobladores castellanos, entre ellos muchos nobles, las órdenes militares y la Iglesia. El desarrollo de la gran propiedad terrateniente que ha marcado toda la historia posterior, bajomedieval y moderna arranca, en buena medida, de este reparto feudal y de su desarrollo en la época Moderna.
Todo el siglo XVIII, considerado “El siglo de oro ecijano”, vive un esplendor de construcciones civiles y de iglesias vinculado a la concentración de la propiedad y del poder eclesiástico y aristocrático. En esta época existían en la ciudad unos 40 títulos nobiliarios, 13 de ellos Grandes de España. El casco histórico de Écija conserva uno de los mejores legados de arquitectura y arte barroco de Andalucía y, probablemente, de toda la Península Ibérica: palacios, iglesias (con las torres que han hecho famosa a la ciudad), conventos, edificios públicos y casas-palacio que, junto a sus ricos bienes muebles y a los amplios archivos documentales, constituyen un patrimonio histórico excepcional.
En 1402 Enrique III restituyó a Écija el título de ciudad. Los favores reales siguieron: Carlos I añade el título de “Muy leal” al de “Muy noble” que ya ostentaba Écija. Felipe V le otorga el nombramiento de “Constante, leal y fidelísima” en 1710. Mimada por la realeza, en 1880 Alfonso XII otorga al Ayuntamiento el tratamiento de “Excelentísimo”. Todavía en el siglo XX, Écija recibe en 1966 un nuevo título, tan merecido o más que los anteriores: el de “Conjunto hisórico-artístico”.