GASTRONOMÍA

Café Bar Aguilar.

 CAFÉ BAR AGUILAR

Alameda de Hércules, 59; esquina a Calle Relator. 41002 Sevilla.

El Bar Casa Aguilar, ubicado desde 1971 en la Alameda de Hércules, esquina a calle Relator, era uno de esos sitios de imprescindible visita cuando se quiere probar una excelente tapa de sangre encebollada.

Os dejamos a continuación, el articulo publicado en Mayo de 2010 en el Diario de Sevilla, por ese magnífico cronista, periodista y vecino del barrio de la Alameda de Hércules, que se llama Francisco Correal.

Bar Aguilar, por Francisco Correal

Sólo en el perímetro de la Alameda de Hércules hay cuarenta bares, restaurantes y similares. Si se añaden los de las calles que confluyen a este pulmón de la ciudad, la nómina superaría ampliamente el centenar. La Norte Andaluza y el Bar Aguilar, a uno y otro lado de las columnas de Gol Norte -los leones… o leonas: la Leonesa y la Ponferradina- mantienen viva la antorcha de los establecimientos señeros de una zona que ha experimentado un giro copernicano. Antonio Aguilar (Sevilla-1959), no ha necesitado salir del mostrador para ver el cambio sociológico y antropológico de una arteria nuclear de la ciudad.

El tintero se llena en la plaza del Cronista para escribir esta historia que llega al final de Relator. Antonio quería ser policía, pero no pudo ser. Este sevillano nacido en un corral de vecinos de la calle Macasta se licenció de la mili, que hizo en la base aérea de Morón, el 14 de enero de 1980. El 25 de febrero de ese año, tres días antes de un 28-F en el que no estaba para mítines y banderas, murió su padre, Manuel Escobar Aguilar, primera generación de esta corta pero intensa saga de taberneros.

El fundador nació en Manzanilla, cantera inagotable de quienes abrieron tabernas por media Sevilla. Montañeses del sur que con sus vecinos de Villalba del Alcor tejieron una especie de campo de Agramante para conquistar la ciudad que se tenía por inconquistable. Hay una curiosa tradición familiar en Aguilar. El padre de Antonio eligió el oficio después de hacer el servicio militar en el cuartel de Ingenieros, el mismo en el que pasó parte de su adolescencia el poeta, Luis Cernuda.

Antonio, fiel a esa involuntaria tradición familiar, también se incorporó al negocio al terminar la mili. La muerte de su padre cambió su vida. Jubiló al policía que llevaba dentro, vocación que debe ser difícil de olvidar teniendo justo enfrente la moderna comisaría de la nueva Alameda.

El tabernero fundador se casó con Manuela Escobar, también natural de Manzanilla. En Relator se establecen en 1971. Manuela se convirtió en la reina de la sangre encebollada, una especialidad de la casa que han venido a probar de los confines más remotos de la ciudad. La madre de Antonio murió en septiembre del año pasado, pero no se llevó a la tumba el secreto de su alquimia culinaria: se lo traspasó a su hija María, que cogió las riendas de la cocina y con su marido, José Antonio Barranco, completa esta nave familiar que es como un barco anclado en la Alameda.

El cuñado de Antonio nació en Dos Hermanas porque no lo dejaron nacer en Sevilla. Parece un chiste de Gila, pero aquel 25 de noviembre de 1961, «era un sábado al mediodía, a la hora de comer», recuerda el interfecto- a Antonia Pachón, su madre, no le resultaba fácil venir a dar a luz a un hospital de la capital. Fue el día de la riada del Tamarguillo. Donde ahora hay un tanque de tormentas, la Alameda era una laguna, una zona completamente inundada surcada por barquitas que forman parte del daguerrotipo colectivo de aquellos prolegómenos neorrealistas de un desarrollismo aún subdesarrollado.

Cada aniversario del Tamarguillo es un nuevo cumpleaños de José Antonio, cuñado y compañero de mostrador. A María, la heredera de la sangre encebollada, la conoció en el colegio. «Yo estudié en el Queipo de Llano, aunque todos le decíamos el colegio de los Moros. Creo que ahora se llama colegio Arias Montano».

El bar Aguilar fue antes la barbería de Currito y albergó unos futbolines. La infancia de Antonio, el hijo del tabernero matriz, es la de las mudanzas familiares: de Macasta a la calle Vidrio, tiempos que asocia con los años de colegial en el Miguel de Mañara por el que antes había pasado Alfonso Guerra, y con la hermandad de San Esteban, en la que sale de nazareno desde hace 43 años. Después vivieron en la plaza de los Carros, Lumbreras, Calatrava y Antonio Susillo, paralela a Relator. «Poco después de comprar ese piso mi padre murió». Se casó con Lola, auxiliar de clínica y en 2005 es nombrado alamedero del año.

En tiempos de crisis y temores atávicos a la competencia, los Antonios, cuñados béticos a los que les encantan los documentales de la 2 -«aquí están prohibidos los cotilleos»- celebran la obra de la Alameda y la llegada de otros negocios. «Antes sólo estábamos tres y costaba la misma vida», dice el niño que quiso ser policía. Una población joven empezó a rehabilitar casas abandonadas y recuperar calles que eran espacios vedados. «¡Y decían que no había niños en la Alameda!».

A Antonio le gustan más «Ecos del Rocío· que los Chikos del Maíz, pero respeta los gustos de la clientela. Ni a él ni a su cuñado les gusta hacer sangre con la polémica. Sólo sangre encebollada.

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